Necesitaba inspiración, un lugar
tranquilo donde poder expresar mis sentimientos escribiendo. Me adentré en un
pequeño y oscuro bosque cerca de mi instituto. No tenía miedo de lo que me
podía pasar, pues me sentía protegida con mi pequeño cuaderno y un bolígrafo.
Iba caminando felizmente, oyendo el canto de los pájaros y respirando el aire
puro del campo. Cuando escuché un pequeño crujido, era un conejo blanco que
corría ansioso hacia lo más profundo del bosque. Lo seguí durante horas, sin
rumbo, perdida en aquel lugar. Empecé a correr cuando el conejo comenzó a ir
más rápido. No quería perder su rastro, ya que llevaba horas detrás de él. Lo perdí de vista cuando, de pronto, me choqué con un gran árbol. Me quedé sin
conocimiento.
Pasaron varios minutos cuando me
desperté envuelta en una pequeño copa de flores. Me encontraba en un pequeño
campo de flores. Era un pequeño paraíso que llenó mi mente de inspiración. Me
senté bajo un gran árbol, abrí mi cuaderno y empecé a escribir, a reflexionar
sobre la vida, ya que poco a poco iba perdiendo la esperanza y
necesitaba escribir. Comencé así: “Me encuentro
perdida en este pequeño bosque, rodeada de flores, con el alma vacía y la mente
llena de historias que contar, pero sin tener valor de hacerlo. Sola, con un
bolígrafo y una hoja de papel. Me siento como nunca, libre y a gusto,
observando el bonito paisaje y las hermosas rosas. He pensado: ¿no es paradójico?
Cortamos flores porque nos gustan y pensamos que son hermosas. Y nos cortamos a
nosotros mismos, porque pensamos que no lo somos. Cada uno es como es, con sus
defectos y sin ellos. Tienes que aprender a valorarte porque todos tenemos algo
que nos hace especiales, como este campo de flores. Cada una de estas flores
somos nosotros y aunque las pisoteen, nunca dejarán de ser hermosas”.
Este pequeño campo de flores me enseñó
muchas cosas y desde hoy lo visitaré todos los días.
(De 3º ESO)
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